Urbanista
La ciudad moderna desde principios del siglo XX ha sido pensada mayoritariamente para y por hombres heterosexuales, blancos, en edad productiva y que van en coche. El desarrollismo más salvaje de los 50-60, en Valencia a partir de la riada del 57, se ajusta perfectamente a estos patrones: proyectos mastodónticos para mayor gloria de una minoría y sin tener en cuenta a las ciudadanas y ciudadanos que vivirían en ellos.
Pero en todo ese tiempo hubo también personas que se atrevieron tanto a desafiar directamente a las excavadoras, como a pensar una forma diferente de hacer las ciudades y de vivir en ellas. Y una de estas personas fue una mujer, una ama de casa, periodista pero sin la carrera terminada, madre de tres hijos, que se propuso frenar un tipo de renovación urbana, con una máquina de escribir y una pancarta.
Jane Jacobs nació el 4 de mayo de 1916 en los EEUU, en un pequeño pueblo de Pennsylvania, aunque posteriormente se marchó a Nueva York. Allí se casó con un arquitecto, formó su familia en un sencillo apartamento de Greenwich Village, comenzó a interesarse por las cuestiones urbanas y consolidó su vocación por el periodismo. Nunca llegó a tener ningún título universitario, pero acabó trabajando primero para la Office of War Information y luego como reportera para Amerika, una publicación del Departamento de Estado de EEUU. Finalmente acabaría siendo editora de la revista Architectural Forum. Desde sus artículos polemizó duramente con las tendencias urbanísticas dominantes en la década de los 50, aquellas que propiciaban el crecimiento de los suburbios y el culto al automóvil particular y las autopistas, junto con la desvalorización de los centros urbanos tradicionales, las demoliciones sistemáticas de los antiguos edificios y sus barrios en nombre del progreso y la modernización, y la construcción de enormes torres de viviendas.
En el año 1961 publicó el libro Muerte y vida de las grandes ciudades, en el que postuló que antes de cambiar una ciudad o intervenir en ella hay que conocerla a fondo, y eso implica entender dónde está su vitalidad, cómo la usa el vecindario, qué aprecian de ella, qué actividades realizan en sus calles, cómo juegan las niñas y niños y dónde… en definitiva, entender las ciudades y aprender a vivirlas. Para ello, Jacobs propuso bajar a sus calles, hablar con la gente y cartografiar el entramado de relaciones, vínculos y contactos que una ciudad genera entre sus habitantes. Este mensaje, su mensaje, sigue vigente tras su muerte en 2006 y ha propiciado el auge de un nuevo urbanismo con perspectiva de género y participación ciudadana. Un urbanismo de la comunidad y no del individuo.
Cuando en los años 60 Robert Moses, el encargado de parques carreteras y viviendas de Nueva York intentó arrasar un barrio para extender la quinta avenida, solo un grupo de madres y pequeños capitaneadas por Jane Jacobs se oponía al proyecto. “Nadie se opone a este proyecto; nadie, nadie, nadie, salvo un grupo de… de madres”, llegó a decir. Perdió el hombre poderoso, ganaron las mujeres y las criaturas.
Nueva York y su autopista nos quedan lejos, pero Salvem el Botànic, Salvem el Cabanyal, No al PAI de Benimaclet, Recuperem la Punta Aturem la ZAL, Per l’Horta, El Llit del Túria és Nostre i el Volem Verd, No a l’Hotelització de la Ciutat Vella y tantas otras iniciativas ciudadanas han estado y están muy cerca. ¿Hay alguien hoy capaz de imaginar el antiguo cauce del Túria ocupado por una autopista? Seguro que no, y se lo debemos a las vecinas y vecinos que lucharon en su momento y que, como hacía y decía Jane Jacobs, exigen a los y las dirigentes que se paseen por los barrios y que hablen con quienes viven allí antes de decidir el futuro de nuestras ciudades.