Inventora
Fue “la mujer más bella de la historia del cine”, el modelo femenino en el cual se basaron los personajes de Blancanieves y Cat Woman, pero también fue la inventora del sistema de comunicaciones denominado técnica de transmisión en el espectro ensanchado, en el cual se fundamentan todas las tecnologías inalámbricas, como por ejemplo el Bluetooth y el wifi, de que disponemos en la actualidad. Hedy Lamarr siempre quiso dejar una impronta, pero solo la juzgaron por su cara y su cuerpo; nadie vio la inventora y la ingeniera de telecomunicaciones, solo la actriz. Ella siempre quiso que la gente la viera de verdad y conociera su historia, y aunque en sus últimos años se aisló de todo y de todo el mundo, nos dejó grabado el relato de su vida en unas cintas descubiertas en 2016. Esta es su verdadera historia.
Hedy Lamarr nació en Viena el 9 de noviembre de 1914 como Hedwig Eva Maria Kiesler. Fue la única hija de un banquero de Lemberg (hoy Lviv, Ucrania) y una pianista de Budapest. En su infancia destacó por su aguda inteligencia y por su pasión por montar y desmontar cualquier cosa que tuviera a mano. En su adolescencia, convertida ya en una mujer bellísima, retadora, libre, un enfant terrible como ella misma se definió, abandonó sus estudios de ingeniería y empezó a trabajar en la industria del cine en Viena. Llegó al estrellato en 1932 con la polémica película Éxtasis, en la que aparecía desnuda y en la que, por primera vez en el cine, se mostró el rostro de una actriz durante un orgasmo. El estrellato dio paso rápidamente al infierno: su éxito llamó la atención de un magnate armamentístico, Fritz Mandl, y su padre se apresuró a tapar la vergüenza social que le provocó la película, casándola con él con solo 19 años.
Después, tuvo que soportar celos enfermizos y vigilancia continua; su marido llegó incluso a comprar tantas copias de la película como pudo. Ella pasó a ser el trofeo que exhibía un tirano que proporcionaba armas a Hitler y Mussolini. Durante su cautiverio, y mientras desfilaba por delante de los altos cargos nazis, recopiló toda la información que pudo sobre las características de la última tecnología armamentística del Tercer Reich. Cuando tuvo ocasión, huyó. Perseguida por los guardaespaldas de su marido, consiguió llegar a París primero, a Londres después, y finalmente logró embarcarse en un trasatlántico rumbo a Estados Unidos. A bordo, conoció a un productor de películas llamado Louis B. Mayer, quien le ofreció trabajo en la Metro-Goldwyn-Mayer. Había nacido la que fue la actriz más glamurosa de Hollywood durante los años 40, y al mismo tiempo se había levantado el muro inexpugnable que no dejaría ver ni salir a la mujer inventora e inteligente.
En el mundo en guerra de 1941, Hedy quiso ofrecer a los Aliados su conocimiento sobre el armamento nazi trabajando como ingeniera en el National Inventors Council. Sin embargo, su oferta fue rechazada y se le aconsejó que en lugar de eso utilizara su físico para vender bonos de guerra. Pero no se amilanó ni cedió: el enfant terrible siempre estuvo ahí. Hizo lo que le pedían, vendió en una noche 7 millones de dólares en bonos, pero nunca renunció a sus inventos.
Hedy era consciente de lo críticas que eran para la guerra las transmisiones por radio, tanto de comunicaciones como de señales para guiar misiles. Ideó un sistema de transmisión que fragmentaba los mensajes en pequeñas partes, cada una de las cuales se transmitía secuencialmente cambiando de frecuencia de modo pseudoaleatorio y haciendo casi imposible recomponer el mensaje. El problema de la sincronización entre el emisor y el receptor lo solucionó con ayuda de un compositor dadaísta, George Antheil, experto en sincronizar instrumentos para crear melodías. El 10 de junio de 1941 presentaron al registro la solicitud de patente Secret communication system. Hedy firmó esta y muchas otras patentes que vinieron después con su apellido de soltera, Markey. El ideal patriarcal de belleza que Hedy Lamarr representaba estaba a salvo, pero su alma quedó fatalmente separada en dos. Cuando, al final de su vida, llegaron los reconocimientos como inventora, ya era tarde, y su amargura muy grande. En la concesión del prestigioso Premio Pioneer de ingeniería se quedó imperturbable y comentó escuetamente: “Ya era hora”.
Murió el 19 de enero del 2000 en Florida y sus cenizas fueron esparcidas por los bosques de Viena de su infancia. El enfant terrible finalmente consiguió que la vieran más allá de su propia belleza. Su Austria natal celebra el Día del Inventor el 9 de noviembre en su honor.
Ubicación: Sede Las Naves Ayuntamiento de Valencia. C/Juan Verdeguer, 16.
EMT Líneas: 4, 6, 8, 11, 31, 32, 70, 71, 81, C1, N10, N2, N8